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LITERARIA

MATICES

MATICES En la pequeña callejuela donde corrí matizando mi niñez y adolescencia, se marcaban los rigores del tiempo y la perfecta combinación del adobe y los mojinetes ordenados en forma diagonal que discurrian a lo largo de la estrecha callejuela, en la cual todas las familias que allí habitaban se conocían como si hermanos fueran y sin tener vínculo de parentesco; las Ortega y su infranqueable espíritu de limpieza, donde cuatro mujeres de toda una genreación de existencia trataban de hacer una vida perfecta, los Ríos y la numerosa cantidad de nietos e hijos que iban y venían de todo sitio; los Morón que vivían en una de las pocas edificaciones que marcaba una diferencia de lo tradicional, los Cabello familia donde se cobijaba un futuro alcalde y que marcaba una unidad familiar en torno a la matriarca; los Palomino y doña "Baldramina" matriarca dadivosa y altruista con todos los vecinos; los Ortiz que era una pareja de esposos ya ancianos, visitados esporádicamente por sus hijos y nietos, su casa era una de las más grandes del barrio; los Alatrista y la hermandad mas extensa que alli habitaba, eran seis hermanos, donde las cinco mujeres hacían gala de su encanto; y claro estábamos nosotros, los Jiménez, con una de las casas mas pequeñas y humildes. Claro que asi de pequeña no era la cuadra, habían vecinos de otras calles que nos eran muy familiares, también eran nuestros vecinos colindantes, sus hijos, nuestros amigos, venían a jugar y a departir n buenos momentos, por ello recordamos a los Flores, Dancé, Marroquín, Valdez, Mendoza, Figueroa, y por supuesto existía un lugar inmenso, el cual era compartido por Doña Margarita Dancé, a quien le era impertinente nuestra presencia y juego infantil, para ella todos deberíamos de estar en casa haciendo labores domésticas y la alusión a nuestras madres era el pan de cada día, todo ello se suscitaba al vernos jugar cerca de la frentera de su lar, y éramos casi aniquilados a gritos y expulsados de allí.
Graciosas y emotivas mañanas, tardes y noches de juego y entretenimiento eran el deliete de todos, donde para jugar y divertirse, se le robaba tiempo a los quehaceres muchas veces, o a las tareas escolares e incluso a los sueños interrumpidos, aquellos juegos que ya no existen en la mente de los nuevos infantes, hacían presa de mis correrías y aspavientos que harán de mi niñez y adolescencia la mejor etapa.
Jugar "Kiwi" era una competencia entre los mayores y los menores, los de 10 añso contra los de 12 años, quienes en número menor nos hacían el frente. Y si de destreza del balón se trataba, jugar un "partidito de fulbito" o "mete y saca" era la mejor idea para demostrarlo, pero aquí se jugaba el honor de cada uno de nosotros, y además la competencia entre uno y otro bando era la mejor prueba de valor y triunfo, que un casi adolescente de 10 años podía vivir en carne propia, eran momentos intensos, donde en cada ataque con el balón, los goles se iban sucediendo uno tras otro en ambos bandos, así los términos de partido eran cuentas interminables de goles coronados en las riberas del arco contrario, hecho a base de dos piedars simbólicas, que eran trazados con la medida del pie.
La pelota fue un elemento crucial en nuestros juegos corriamso detras de ella, la lanzabvamos lo más alto posible, la cruzabamos para que toicase a algun niño y adolescente ques e cruzara ante ella, la manoteamos y pateamos cientos de veces, las que rompimos y que fueron muchas, las que se cayeron a los techos o casas contiguas o abandonadas y las peripecias para recuperarlas, las que nunca pudieron ser salvadas y fueron reventadas o desinfladas en docenas; tuvimos pelotas de fútbol de voley y de básquet, de plástico, de cuero de colores con paños, sin ellos, viejas y nuevas, infladas y desibnfladas, con vlader o sin el, en fin fueron una buena excusa para recordar el juego en aquella calle de mi Moquegua, aquella estrecha e inexorable rua que sin veredas fue el reducto para divertirse. Aquella tercera cuadra inovidable de la calle Amazonas en su tercera cuadra.

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