ESCRITO POR UN MAESTRO...
UN GUERRERO EN EL TIEMPO
Un buen guerrero no vuelve la vista atrás..., y aunque sé que el tiempo no retrocede jamás, y que es implacable en todo sentido, los recuerdos son la mejor excusa para coger una cerveza fresca y compartir con los amigos de la infancia, del colegio, del barrio, con aquellos con los que crecimos y compartimos etapas, ya vulnerables al retorno, el antaño en el presente para rememorar viejos pasajes, que vale al pena retratar en nuestras mentes, esos actos heróicos de niño que realizas, esas emociones que compartes con tus amigas y primas, el socorrer y auxiliar a un conocido familiar o vecino, ante un accidente fortuito, la unidad y valentía para enfrentar un amago de incendio, el extender el brazo cuando un familiar cae en grave enfermedad, o el aliciente moral para el amigo que perdió a alguno de sus padres, o ante el hecho de tener que ver la despedida de un vecino que pasa a mejores vidas yéndose en otros
lares, en fin un cúmulo de circunstancias que regodean, atisban y enlutan el alma al ver pasar tan diligentes, incólumes e inconstantes y taciturnos los años de neustras vidas.
Ya recordar aquella señora de monumetales proporciones pantagruelicas que expendía un delicoso pan en aquella baldía esquina, que con tan solo exponer su producto en plena vía, hacía que la gente se entrelace como hormigas, para adquirir un poco de esa porción de harina muy bien elaborada, pero ese no fue el único episodio en el que comprar pan era toda una ardua tarea para luego regodearse en una mesa familiar,
compartiendo el manjar torateño con una deliciosa y purísima mantequilla de leche de vaca, o unas ricas aceitunas ileñas, y claro unas cremosas paltas sameguanas para elgir o la fuente de quesos del valle recien elaborados, en otras ocasiones había que madrigar para poder servirse en la mesa un pan recien salido del horno, que estimulaba a servirse el mejor desayuno de tu vida, pero la mayoría de las veces yo madrugaba y
no compraba el pan a las siete sino alas cinco de la mañana en aquella anadería cercana a la comisaría y madrugar, como siempre era a las cinco de la mañana, pero para mí era un deber placentero, haciendo colas por el pan que en canastos grandes se iba llenando de él, por ello llevar una bolsa de tela o una canasta era lo indispensable, y claro los de la cola eran los mismos de siempre, y claro no faltaba en aquella cola una
bonita chica que motivaba madrugar y acudir al encuentro pactado indirectamente, pero no quedaba todo allí pues por las tardes para la cena también había que comprar pan y era todo un arte selecto hacerlo, pues las panaderías también se esmeraban por vender su mejor producto, y las colas desde las cuatro de la tarde ya era una fotografía de todos
los días, pero el olor y el pan crocante que se llevaba a casa justificaba dicha acción; las panaderías en Moquegua eran muy pocas, pero con la venta del insustituible: pan de Torata, de tres puntas, colisa, francés, corona, las empanadas con queso, las famosas "sarnosas" (pan impregando con queso derretido en su superficie) y de yema, hacían el gozo de la comunidad que presta asisitía a separra su "cola" en una gran fila.
Además llega a mi memoria aquel callejón, que me regaló los más curiosos y entrañables amigos y amigas que allí vivían, y que se encontraba ubicado casi al final de la cuadra y que era una enmarañada construcción de adobe, con los cuartos más asimétricos y enclavados en un frugal jardín de cemento; allí los juegos se tornaban más interesantes en su torcida estructura y laberintosa distribucíon, las escondidas era un
deleite; pero si de juegos se trata, un buen partido de fulbito, en plena calle con líneas imaginarias y pudorosas, señalaban los límites de nuestro campo deportivo, que en una maravillosa comptencia que reflejaba la presencia de los más insignes jugadores peruanos de la época ( Cubillas, Chumpitaz, Quiroga...) y éramos tan deportistas que
después del fútbol, se jugaban los partidos de voley, que en una calle en picada se daban, y también era el regocijo del grupo, allí una pita clocada de extremo a extremo, simulaba una gran net, en la cual sucumbian mates levantadas y colocadas de todo tipo, y donde el furor de las olimpiadas de Seúl del año ochentaycocho, eran la perfecta
motivación. Y si de juegos era la vida, los teníamos todos, para cada momento, para cada integrante de grupo, para la cantidad exacta de jugadores, saltabamos y trotabamos pro el mundo, del uno al diez con latas, chapas, piedras, trozos de yeso, botellas, envases medianos, todo era perfecto para ganar el tejo, es allí donde surge el ingenio de las chichas y ellas nos enseñaron singularmente a jugar "liga", donde hombres y mujeres compartíamos una reñida competencia de agilidad, con ahinco y perseverancia, con sana intención de ganar; y si de correr se trataba, allí encajaba muy bien "las escondidas" que nos ocupaba un gran espacio para la búsqueda de cada uno de nosotros, infatigables jornadas de lúdico placer. Y con la pelota se hacian maravillas, pues esta revoloteaba entre nosotros y por los aires recorria toda la cuadra, teniéndonos a nosotros detrás de ella jugando, por ello juegos como "matagente", "los siete pecados", "mate y saca", hacían fluir nuestras ansias de niños e infantes, que destemplaban el ánimo de cualquier vecino o vecina de hosco e iracundo espíritu por el bullicio alegre de esas jóvenes almas pueriles que sólo jugaban en su inocente niñez y
adolescencia, y que perdieron muchos balones, cuerdas, y ligas.
Es por ello que los pequeños jóvenes guerreros, hoy son grandes hombres ymujeres que guerrean contra el tiempo y van cumpliendo sus sueños a trancos y tumbos, pero a duras cuentas, se va cristalizando eso que todos anhelamos, triunfar en la vida, y velar por los nuestros, tratando de vencer y sortear el tiempo como grandes guerreros, para terminar
como buenos caballeros.
Un buen guerrero no vuelve la vista atrás..., y aunque sé que el tiempo no retrocede jamás, y que es implacable en todo sentido, los recuerdos son la mejor excusa para coger una cerveza fresca y compartir con los amigos de la infancia, del colegio, del barrio, con aquellos con los que crecimos y compartimos etapas, ya vulnerables al retorno, el antaño en el presente para rememorar viejos pasajes, que vale al pena retratar en nuestras mentes, esos actos heróicos de niño que realizas, esas emociones que compartes con tus amigas y primas, el socorrer y auxiliar a un conocido familiar o vecino, ante un accidente fortuito, la unidad y valentía para enfrentar un amago de incendio, el extender el brazo cuando un familiar cae en grave enfermedad, o el aliciente moral para el amigo que perdió a alguno de sus padres, o ante el hecho de tener que ver la despedida de un vecino que pasa a mejores vidas yéndose en otros
lares, en fin un cúmulo de circunstancias que regodean, atisban y enlutan el alma al ver pasar tan diligentes, incólumes e inconstantes y taciturnos los años de neustras vidas.
Ya recordar aquella señora de monumetales proporciones pantagruelicas que expendía un delicoso pan en aquella baldía esquina, que con tan solo exponer su producto en plena vía, hacía que la gente se entrelace como hormigas, para adquirir un poco de esa porción de harina muy bien elaborada, pero ese no fue el único episodio en el que comprar pan era toda una ardua tarea para luego regodearse en una mesa familiar,
compartiendo el manjar torateño con una deliciosa y purísima mantequilla de leche de vaca, o unas ricas aceitunas ileñas, y claro unas cremosas paltas sameguanas para elgir o la fuente de quesos del valle recien elaborados, en otras ocasiones había que madrigar para poder servirse en la mesa un pan recien salido del horno, que estimulaba a servirse el mejor desayuno de tu vida, pero la mayoría de las veces yo madrugaba y
no compraba el pan a las siete sino alas cinco de la mañana en aquella anadería cercana a la comisaría y madrugar, como siempre era a las cinco de la mañana, pero para mí era un deber placentero, haciendo colas por el pan que en canastos grandes se iba llenando de él, por ello llevar una bolsa de tela o una canasta era lo indispensable, y claro los de la cola eran los mismos de siempre, y claro no faltaba en aquella cola una
bonita chica que motivaba madrugar y acudir al encuentro pactado indirectamente, pero no quedaba todo allí pues por las tardes para la cena también había que comprar pan y era todo un arte selecto hacerlo, pues las panaderías también se esmeraban por vender su mejor producto, y las colas desde las cuatro de la tarde ya era una fotografía de todos
los días, pero el olor y el pan crocante que se llevaba a casa justificaba dicha acción; las panaderías en Moquegua eran muy pocas, pero con la venta del insustituible: pan de Torata, de tres puntas, colisa, francés, corona, las empanadas con queso, las famosas "sarnosas" (pan impregando con queso derretido en su superficie) y de yema, hacían el gozo de la comunidad que presta asisitía a separra su "cola" en una gran fila.
Además llega a mi memoria aquel callejón, que me regaló los más curiosos y entrañables amigos y amigas que allí vivían, y que se encontraba ubicado casi al final de la cuadra y que era una enmarañada construcción de adobe, con los cuartos más asimétricos y enclavados en un frugal jardín de cemento; allí los juegos se tornaban más interesantes en su torcida estructura y laberintosa distribucíon, las escondidas era un
deleite; pero si de juegos se trata, un buen partido de fulbito, en plena calle con líneas imaginarias y pudorosas, señalaban los límites de nuestro campo deportivo, que en una maravillosa comptencia que reflejaba la presencia de los más insignes jugadores peruanos de la época ( Cubillas, Chumpitaz, Quiroga...) y éramos tan deportistas que
después del fútbol, se jugaban los partidos de voley, que en una calle en picada se daban, y también era el regocijo del grupo, allí una pita clocada de extremo a extremo, simulaba una gran net, en la cual sucumbian mates levantadas y colocadas de todo tipo, y donde el furor de las olimpiadas de Seúl del año ochentaycocho, eran la perfecta
motivación. Y si de juegos era la vida, los teníamos todos, para cada momento, para cada integrante de grupo, para la cantidad exacta de jugadores, saltabamos y trotabamos pro el mundo, del uno al diez con latas, chapas, piedras, trozos de yeso, botellas, envases medianos, todo era perfecto para ganar el tejo, es allí donde surge el ingenio de las chichas y ellas nos enseñaron singularmente a jugar "liga", donde hombres y mujeres compartíamos una reñida competencia de agilidad, con ahinco y perseverancia, con sana intención de ganar; y si de correr se trataba, allí encajaba muy bien "las escondidas" que nos ocupaba un gran espacio para la búsqueda de cada uno de nosotros, infatigables jornadas de lúdico placer. Y con la pelota se hacian maravillas, pues esta revoloteaba entre nosotros y por los aires recorria toda la cuadra, teniéndonos a nosotros detrás de ella jugando, por ello juegos como "matagente", "los siete pecados", "mate y saca", hacían fluir nuestras ansias de niños e infantes, que destemplaban el ánimo de cualquier vecino o vecina de hosco e iracundo espíritu por el bullicio alegre de esas jóvenes almas pueriles que sólo jugaban en su inocente niñez y
adolescencia, y que perdieron muchos balones, cuerdas, y ligas.
Es por ello que los pequeños jóvenes guerreros, hoy son grandes hombres ymujeres que guerrean contra el tiempo y van cumpliendo sus sueños a trancos y tumbos, pero a duras cuentas, se va cristalizando eso que todos anhelamos, triunfar en la vida, y velar por los nuestros, tratando de vencer y sortear el tiempo como grandes guerreros, para terminar
como buenos caballeros.
1 comentario
agropecuario -
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