LA CENA MACABRA II
(AUTOR:
ADOLFO RICARDO SOTELO JIMÉNEZ) En las antiguas calles moqueguanas a
mediados del sigloXX, cuando la iluminación solo la daba el sol, y que
al oscurecer cada habitante de esta pequeña ciudad se encerraba en sus
aposentes hasta el ocaso del anochecer, se suscitó la siguiente historia
que aunque la gente lo quiera negar, sabe que ocurrióy de seguro que lo
que os narraré ha de estremecer a cada lector.
Una
noche debido al retraso de la llegada de las aguas para el riego, el
señor Eladio Villegas llegó muy tarde asu casa como a la media noche,
algo cansado y asombrado por las angostas y lugrubes calles en que se
encontraba la ciudad en esas horas, en la mano traía una pica y una pala
que habían sido prestadas por uno de los vecinos del pequeño callejón
de la bayoneta llamado así por algún suceso histórico. y los cuales
había que devolver.
Los
vecinos en cuestión era hacendados que no solo tenían pequeños fundos
en el valle moqueguano, sino que también poseían tierras en el valle de
Locumba, lo cual hacía qeu estos no anduvieran mucho por la ciudad, pero
la responsabilidad de don Eladio de devolver lo prestado lo motivó a
tener ya listos las herramientas ya utilizados para su devolución
inmedita apenas se percibiera al presencia de sus dueños.
Mientras
Don Eladio Villegas conversaba con su mujer y contaba sorprendido el
panorama tétrico de la ciudad a esas horas un leve bullicio empezó a
escucharse en lso ambientes de la pequeña casona, al aprecer algunos
vecinos habían deciddo teenr una pequeña fiestecilla, ¿se conmemoraba
alguna virgen o santo? infireron, pero Don Eladio que no pudo con su
curiosidad puso el oido en su puerta y pudo entenderlo. El sonido
provenía de enfrente de su casa, eran sus vecinos, No lo podái creer
habían llegado y al parecer celebraban algo, ideal momento para entregar
las herramientas prestadas.
Corrio donde su mujer y le dijo algunas palabras
- Voy a devolver a los vecinos la pala y el pico
- sí, aprovecha que han llegado
Don
Eladio se aproximó raudo a la puerta de sus vecinos y así era, entre la
ventana que se ubicaba en el techo se veía la iluminación de candiles y
mecheros, agergados al bullicio y alborozo que se dejaban escuchar
entre los umbrales de la puerta, tocó levemente esta y se abrió casi de
inmediato. Asomando el rostro salió Doña Uberta Salas
- Vecino, que gusto, que lo trae por aquí,
- Disculpe vecina pero vengo a devolverles las herramientas que me prestó Don Lorenzo
- Que bien vecino gracias por traerlas ya las necesitabamos para el campo.
y en eso salió don Lorenzo detrás de su amada esposa:
-
Vecino que gusto´- y después de un fuerte abrazo y de que don Eladio
percibiera una frialdad en su cuerpo de Don Lorenzo, le agradeció por el
préstamo.
- Muchas gracias querido vecino, por las herramientas nos feron muy útiles
-
No tiene usted porque decirlo, mas bien me gustaría que viniese con su
esposa unos momentos para compartir la fiestecita en honor a San Juan,
que nos ha dado buenas cosechas este año, y que andamos festejando con
algunos amigos, sería un honor tenerlos aquí.
Y
Don Eladio no pudo negarse pues la invitación cordial y amable lo
motivo a ello. Se acercó asu casa y levantó a Doña Uberta y le explicó
lo sucedido, y está entendiendo la voluntad de su marido, se puso una
chalina, sus zapatos y un amplio pero abrigador vestido. LLegaron a la
puerta y esta se abrió sola y allí se podía aprovechar el jolgorio
Entraron
y los dueños de la casa los recibieron gustosos, los invitados también
los saludaron y continuó la fiesta, entre lindas melodías de guitarras a
compaces de huaynos y valses; unos riquísimos potentados de
vino circulaban en pequeñas jarras por entre los convidados.
- ¡Exquisito vino! - pronunció don Eladio al probar la riquisima y
fraganciosa bebida, de entre la cocina se dejaba olfatear una exquisito
guiso que emanaba de ella, mientras aquellos comensales que departían
amenamente, eran agricultores de Locumba que intercambiaban experiencias
y consejos con Don Eladio y doña Uberta, quienes muy animosos incluso
bailaron con los invitados y dueños de casa.
Ya
al cabo de un par de horas el exquisito plato se extraía de una gran
paila que se extendia a los invitados, que gustosos se servían, el asado
de res, que era la suculenta comida de la madrugada, después de breves
minutos los comensales dejaban percibir su apetito, pues solo huesos y
restos quedaban en las viandas que fueron terminadas rápidamente y el
riquísimo vino, que aún se bebía, combinaba muy bien con el plato.
Extrañamente
una camanchaca repentina se asentuó en el valle y un frío
intenso recorría las calles, eran ya casi las dos de la mañana, cuando
súbitamente los dueños de casa y todos los invitados ante la llegada de
un camión detuvieron el jolgorio. todos cogieron sus cosas y
Don Lorenzo se acerco a don Eladio y le inidcó que ya tenían que irse y
el silencio se apoderó de la casa, Se marcharon de inmediato en aquel
camión y los vecinos retornaron a su casa agradecidos, pero algo
sorprendidos por la forma en que terminó la fiesta.
Al
día siguiente ya siendo las seis de la mañana un fuerte ruido en el
portón de la casa de los Villegas despertó a Doña Uberta quien con mucha
pereza y fatiga se apresuró a abrir la puerta al desesperado visitante,
era doña Luisa Ortiz, vecina contigua quien muy angustiada venía a
contar el hecho suscitado.
- Vecina ha ocurrido algo muy trágico ¡Don Lorenzo y su esposa han fallecido!
- ¿Qué?, ¡no puede ser! ¿cuándo?
-
Ayer vecina, como a las siete de la noche, venían en un camión de
Locumba, con algunos trabajadores y amigos, y este ha caido a un abismo y
han muerto todos los ocupantes.
- ¿Qué?, ¡no puede ser, no lo creo!, como va ser así, si ayer estuvimos con ellos, casi toda la madrugada. ¡No pueed ser!
Horrorizada
doña Uberta corrió donde su esposo lo despertó y narró lo escuchado,
era una pesadilla, como podía haber pasado todo esto. Parecía un sueño
de terror y además la incredulidad y sopor se apoderó de ellos.
Salieron
a la calle, aún con sus pijamas, y justo en ese momento los vecinos ya
andaban comentando la noticia trágica en la calle, Don Eladio aturdido
comentaba a todos lo que había sucedido esa madrugada, pero nadie le
creía, era increíble, pues ni ruidos ni música ni fiesta ningún vecino
oyó, pero él seguía con su mujer insistiendo en lo real del hecho es
más, se apoyaba en los vestigios que recordó quedaron en la mesa: platos
de comida con algunas sobras del asado, vasos y jarras con huellas de
vino que alli quedaron, eran las pruebas sufucientes para sus palabras.
Luego una carrosa funebre, con dos féretros, se aproximó hacia la casa,
bajaron unos familiares y procedieron a abrir las puertas de la casa,
se acercó don Eladio y fue terrible la sorpresa cuando en plena mesa
solo habían platos llenos de huesos humanos esparcidos en ella y un olor
a sangre fresca aún se percibía en el ambiente, en medio de los vasos y
jarras. Macabro hallazgo, los cuerpos de las víctimas del accidente no
pudieron ser velados allí por el impactante cuadro que había. En años
nunca nadie comentó sobre el hecho suscitado en la calle la Bayoneta.
vecinos que aún quedan vivos recuerdan lo suuscitado aquel día, la casa
hoy ya ha sido demolida y sólo unos muros la cercan y resguardan,
mientras que los infortunados vecinos al cabo de unas semanas ya no
vivian en Moquegua, estos vendieron sus cosas y se fueron muy lejos, que
incluso nadie supo de ellos nunca más. AUTOR: ADOLFO RICARDO SOTELO
JIMENEZ
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